Thursday, February 08, 2007

PAZ PARA LA INFANCIA

En nuestra vida cotidiana no esta presente el trabajo infantil en el mundo. De hecho, aunque no nos demos cuenta, muchos de los objetos que nos rodean son realizados por niñ@s explotados laboralmente. Niñ@s que en vez de estar estudiando o jugando tienen que trabajar en condiciones infrahumanas, un sinfín de horas y en muchos casos con materiales altamente tóxicos.
Las cifras son escandalosas. A día de hoy se calcula que aproximadamente 246 millones son sujeto de explotación infantil en el planeta. La inmensa mayoría viven en Asia, África e Iberoamérica.
Es lamentable que en pleno siglo XXI no se haya erradicado por completo el trabajo forzoso y la esclavitud de infantes. Es indignante contemplar como muchas empresas, entre ellas multinacionales bien conocidas por todos, se están forrando explotando y maltratando a menores.
Que sea tan apetecible contratarlos esta a la vista de todos. Son más obedientes y trabajan mejor. Además ganan hasta diez veces menos que un adulto y los horarios no bajan de 12 horas diarias, desde el alba hasta el amanecer y en muchas ocasiones, encadenados.
La conclusión a todo esto es evidente. Los menores tienen un empleo porque son más fáciles de explotar. Un niño resulta más rentable que un adulto debido a su indefensión, sumisión y al hecho de que realiza el mismo trabajo, sin ningún tipo de queja y a cambio de una remuneración ínfima.
Uno de los grandes problemas es que, en muchos países subdesarrollados, la explotación infantil está asumida dentro de la familia como una fuente de ingresos aceptada por la totalidad de sus miembros. En ocasiones los padres contraen deudas que no pueden pagar y necesitan de más sueldos para poder subsistir. Por lo que las principales causas del trabajo infantil son la explotación económica, conflictos armados, marginación social, valores sociales y circunstancias culturales y básicamente la extrema pobreza.
Pero otro de los problemas es que los países industrializados están implicados en este drama debido a que, habitualmente, adquieren productos en los cuales los niños y las niñas de los países en vías de desarrollo trabajaron.
Hay que poner solución, de forma inminente, a este fenómeno. No podemos dejar pasar ni un día más sin luchar contra esta lacra. Hay que concienciar a la sociedad española de esta realidad y se ha de garantizar que los productos procedentes del Tercer Mundo sean elaborados en unas condiciones dignas de trabajo, salario y edad.
La comunidad internacional no puede permitir que se vulneren los derechos humanos y entre éstos los derechos del niño. Es una práctica inaceptable que les hace perder su infancia, que no conozcan el cariño ni la diversión, que su autoestima esté por los suelos y que no puedan ir al colegio. Cuando lo que necesitan es amor, comprensión y respeto se les condena a la incultura, a la soledad y al sufrimiento. Es indecente perpetuar esta situación.
No podemos dejar de garantizar que las nuevas generaciones de menores de todo el mundo gocen de sus derechos más elementales. Es inmoral que veamos tan clara y constantemente atacados sus derechos y que no seamos capaces de defenderlos. Es imperdonable que se explote, asalte, viole, asesine a los niños, y que no se revuelva nuestra conciencia ni sintamos que se desafía nuestra dignidad para oponernos, frontalmente, a la cara más criminal de un sistema que es, en el fondo, infanticida.
La voluntad política de los estados y la colaboración con organizaciones solidarias (éstas están realizando un magnífico trabajo) es la única forma de combatir este mal global. Ante todo los países industrializados deben comprometerse a no adquirir productos en los cuales se haya usado niños, pero deben comprometerse, a la vez, en ayudar al desarrollo de los países pobres y en vías de desarrollo para hacer desaparecer por completo la explotación infantil.

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